El camino de los Springboks hacia su cuarta Copa Webb Ellis récord estuvo marcado por la convicción, compromiso, confianza, la resistencia del equipo y su capacidad para superar la adversidad en Francia.
“No tienes dudas. Ganar es una forma de pensar, algo para lo que entrenamos, y esa creencia se hizo presente nuevamente”.
La idea de que una “mentalidad ganadora” está grabada en las bases de los equipos campeones no es nada nuevo. Pero pocos equipos, si es que hay alguno, pueden haberlo grabado tan profundamente en su cerebro como los Springboks versión 2023.
Los entrenadores Rassie Erasmus y Jacques Nienaber apuntaron al torneo de este año cuando se hicieron cargo del equipo nacional en 2018. Según su propia admisión, y la del ahora dos veces capitán campeón de la Copa Mundial de Rugby, Siya Kolisi, el título de 2019 fue una victoria de la esperanza por sobre la expectativa.
2023 siempre iba a ser diferente. Esta fue la defensa del título basada en una confianza inquebrantable en uno mismo y un compromiso irrompible, sin importar que varias otras naciones también tenían sus objetivos en la Copa Webb Ellis este año.
El segunda línea Jean Kleyn resumió la mentalidad asentada de Sudáfrica inmediatamente después de la final: “Es la señal de un equipo realmente bueno si ganas los partidos que se supone que no debes ganar.”
“La semifinal fue definitivamente un partido que ganamos al final. Creo que hoy nos lo ganamos. Los cuartos de final nos lo ganamos. La confianza en el equipo es inmensa y ni por un minuto pensé que íbamos a perder”.
No se equivocó acerca de los desafíos que Sudáfrica superó en Francia. Su camino hacia un segundo título consecutivo fue muy difícil, en la Copa Mundial de Rugby Masculina posiblemente más competitiva que jamás se haya jugado.
Al menos otros tres equipos tenían verdaderas ambiciones de campeonato: Irlanda, el equipo número uno del Ranking Masculino de World Rugby al comenzar el torneo; el anfitrión Francia en su torneo local; y los tres veces campeones del mundo, los All Blacks.
Sudáfrica los enfrentó a todos en los siete partidos que los llevaron al título, perdiendo sólo una vez, ante la Irlanda de Andy Farrell en un Grupo B ferozmente difícil que, con Escocia, incluía tres de los cinco mejores equipos clasificados del mundo al comienzo del torneo.
Además de la victoria por un punto sobre Nueva Zelanda en una final que redefinió la palabra intensidad, Sudáfrica también superó a una rejuvenecida Inglaterra en las semifinales.
Los Springboks anotaron diez puntos sin respuesta en los últimos 11 minutos para ganar 16-15, el penal decisivo desde larga distancia en el minuto 78 del frío Handré Pollard, es evidencia física de esa confianza en sí mismos a la que sus compañeros de equipo Kriel y Kleyn hicieron referencia más tarde.
Una semana antes, en cuartos de final, Francia fue conquistada. Por un solo punto en un partido apasionante de siete tries cuando, como volvería a ocurrir una semana después, diez puntos de los Springbok en el último cuarto (el try de Eben Etzebeth en el minuto 67, la conversión de Pollard y su penal nervios dos minutos más tarde) destrabaron un partido. Confianza, fe y compromiso.
No hubo tiempo, a pesar del exitoso penal de Thomas Ramos en el minuto 73, para que los locales recuperaran la ventaja. El marcador final marcaba 29-28: una conversión tapada en la primera mitad por uno de los jugadores más pequeños en el campo, Cheslin Kolbe, marcó la diferencia de la noche.
Ese momento único estuvo relacionado con la actitud del equipo, como dijo después el entrenador Nienaber: “No se ve a menudo que alguien persiga una causa perdida. Nos quebraron un par de veces, pero la lucha y el esfuerzo que pusieron los jugadores fue enorme”.
Así fue Sudáfrica durante todo el torneo. Escocia, quinta del mundo cuando ambos equipos se enfrentaron en su primer encuentro de la fase de grupos el 10 de septiembre, fue despachada con calma. La magnitud de la victoria de los Springboks no se reflejó plenamente en el marcador de 18-3: la combinación de potencia y ritmo, respaldada por una defensa asfixiante, deshizo a los escoceses.
Intercalada entre victorias con puntos bonus Rumania (76-0) y Tonga (49-18), la única derrota de Sudáfrica en el Grupo B se produjo contra Irlanda, cuando un encuentro titánico, contundente y un compromiso inigualable terminó 13-8.
“Fue un verdadero test”, dijo Nienaber. “Como dije antes del partido, creo que ambos equipos aprenderían mucho de este partido, los dos mejores equipos jugando entre sí, lo cual es una gran prueba y preparación para el futuro”.
Sudáfrica definitivamente aprendió. A pesar de esa derrota, nunca perdieron la fe que los llevó a completar el resto del camino. En todo caso, se reforzó.
Esto fue encarnado en la final Deon Fourie. El ala de 37 años que ocupó el puesto de hooker, jugó 75 minutos contra Nueva Zelanda después de que Mbongeni Mbonambi sufriera una temprana lesión y realizó 21 tackles.
“Mis dos isquiotibiales y mis pantorrillas tenían calambres y dolía mi hombro”, dijo sobre esos últimos minutos llenos de tensión, “pero sabía que no podía salir porque Mbongeni estaba lesionado y necesitábamos un hooker. Apreté los dientes y, afortunadamente, salió todo bien”.
Como dijo Nienaber: “Hay 16 lineouts, entre 120 y 150 rucks en un partido y él hace 20 tackles. A veces pierde los lineouts, pero lo compensa de otras maneras. A su edad (37 años), jugar como lo hizo es especial. He entrenado a Deon desde que tenía 20 años y siempre supe que tenía ese perro dentro de él”.
Compromiso con la causa. Confianza para hacer un trabajo. Creencia en el sistema. Ésta es la manera sudafricana. Y acaba de ganar, nuevamente y por cuarta vez, la Rugby World Cup.
WR